La comunidad venezolana en Chile es en la actualidad la más numerosa de extranjeros que por diversos motivos, han decidido probar suerte, buscar un futuro mejor, y muchos de ellos por estar disconformes con el gobierno de Maduro.
La situación humanitaria en Venezuela hizo necesario organizar envío de ayuda por organismos internacionales y ayer, a través de los medios de comunicación, se pudo ver cómo la policía obstaculizó la llegada de esa ayuda, y ese hecho provocó una escalada de violencia sumamente lamentable.
Duele ver violencia en cualquier punto del planeta, pero quizás, por ser un país latinoamericano, y porque debido a la migración estamos aprendiendo a conocerlos como vecinos, amigos de los hijos o compañeros de trabajo, duele aún más. En mi caso, tengo compañeros de trabajo venezolanos (y también de otros países), y no puedo más que decir que he visto ampliada mi mirada y enriquecida la convivencia.
En noticieros centrales, informaron que se estuvo recibiendo ayuda para enviar a Venezuela en la Parroquia Italiana, ubicada en el Parque Bustamante. Un punto de alegría y solidaridad mientras se seguía lo ocurrido a la distancia.
Para quienes hacen comentarios negativos ante el aumento de los inmigrantes en nuestro país, que nos quitan el trabajo, que sus costumbres son distintas, etc. pienso fundamentalmente dos cosas: si bien me cuesta rebatir el argumento práctico de qué sucedería si llegaran a ser tantos que se volviera inmanejable para el gobierno atender sus necesidades, hago el ejercicio inverso...y si en Chile nos viésemos, por motivos económicos, sociales y políticos en la necesidad de emigrar, no nos gustaría ser recibidos, acogidos y tratados dignamente por los ciudadanos y el gobierno del país al que llegásemos?
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